Junto con el cambio de la situación laboral, los problemas de pareja son uno de los motivos más recurrentes a la hora de que mis clientes acudan a consulta.
No es de extrañar. Elegir y que a la vez nos elijan es complicado. Es bueno hacer esfuerzos para que las cosas funcionen. Aunque hay algunos datos que parecen indicar que muchas veces no se hacen en la dirección correcta.
Por ejemplo, un informe del Instituto de Política Familiar (IPF) de 2010 muestra que dos de cada tres matrimonios en España terminan en divorcio. Durante el período de 1998 a 2008, los casos de divorcios se triplicaron, colocándonos en los primeros puestos de Europa, si bien con la crisis ha habido un descenso drástico por las consecuencias económicas que conlleva el proceso.
Jeannette Lofas muestra en su libro «Step Patenting» algunas investigaciones realizadas en EE.UU. en este campo, concluyendo que el concepto de familia tradicional está en pleno proceso de transformación y que cada vez es más usual encontrarnos con una familia reconstituida. Así, alrededor del 50% de las familias americanas responde a segundas uniones. La media de duración de un matrimonio actual es de siete años y uno de cada dos termina en divorcio.
¿Qué es lo que hacemos mal? ¿Qué podemos hacer para no someternos al azar y ser víctimas de la estadística? Uno de los errores más comunes es creer que las relaciones surgen como por arte de magia, como si los sentimientos siguieran leyes ajenas a nosotros, más propias de fenómenos meteorológicos cambiantes extraños a nuestra gestión emocional.
Una relación es compleja en el sentido que hay dos pequeños universos en contacto. Que confluyan dando lugar a una nueva galaxia o acaben por enfriarse o explotar debido a problemas de pareja, depende en gran medida de contar con unos buenos cimientos estelares:
1.- Una sana autoestima personal. Tener la sensación de estar completos por nosotros mismos, evitar tópicos románticos que lleven a considerar que nos hace falta un otro para ser. Huir de medias naranjas e ir a por la pieza de fruta que nos apetezca. Pero entera.
Por supuesto, podemos apoyarnos en nuestra pareja en momentos puntuales, pero pretender que nos complete o supla nuestras carencias vitales a menudo es un error. En la fase de enamoramiento, podemos correr el riesgo de proyectarlas en la nueva pareja, idealizando y sesgando la percepción de la persona. Convertirla en alguien que no es.
Cuando esta fase acaba, prestamos atención a otras facetas. De ahí que muchas veces tratemos de cambiar al otro, quizá empezando por su forma de vestir o hablar, para luego ir cambiando algo más profundo. También se pueden dar pensamientos del tipo «has cambiado», cuando en realidad quien ha cambiado su visión, de una fantasía a una más real, ha sido uno mismo.
En este sentido, aceptarnos y estar bien con nosotros mismos es el requisito principal para poder aceptar y querer al otro por lo que es, no por lo que queremos que sea.
Hay parejas que están asentadas en el déficit más que en la potencia, manteniendo un statu quo un tanto patológico que cumple una función protectora, originando mutua dependencia. El caso es cuando un miembro de la pareja ve cubierta su necesidad, supera esa situación de déficit… es entonces cuando la pareja se queda corta y se tenderá a la ruptura.
2.- Estar en paz con el pasado. Es un hecho que cada vez que cumplimos años, además de necesitar más aire para soplar velas, vamos añadiendo experiencias a nuestra mochila de vivencias.
En nuestra andadura vital tendremos callo en algunas áreas, estaremos más sensibles en otras y a buen seguro luciremos heridas y cicatrices. Es fundamental conocernos y limitar la influencia que pueda tener nuestra trayectoria en nuestro presente, de modo que sea adaptativo y responda a éste.
No es justo hacer responsable a una nueva pareja de hechos que vengan de una etapa anterior. A veces endilgamos un suceso pasado a modo de pecado original, corresponsabilizando a la persona por lo que otrx ha hecho, como si nos debiera algo o para justificarnos en ciertas licencias. Que nos hayan engañado no nos da derecho a engañar, que en otra relación hayamos renunciado a partes que creíamos irrenunciables no nos da derecho a avasallar. No se trata de igualar las cuentas globales. Cada relación de pareja responde únicamente a ella misma.
3.- Espacio. Esto guarda relación con los puntos anteriores y es la capacidad de generar un espacio común, donde el espacio es también el tiempo que se dedica a las diferentes áreas importantes que componen la vida de cada uno. Conformar ese territorio de crecimiento requiere un esfuerzo activo, de modo que haya un equilibrio entre el yo y el nosotros. El espacio es tiempo y aire.
Especial cuidado a esos ferraris del amor que pasan de 0 a 100 sin asentar las bases. También con aquellas parejas indivisibles en las que quedar con uno significa automáticamente la presencia del otro.
Es muy importante seguir manteniendo una presencia activa, con una adaptación, en el resto de áreas que eran importantes antes de conocer a esa persona con la que estamos compartiendo la vida. Son parte de nuestra identidad y es bueno nutrir de varias fuentes nuestro sentido de la pertenencia.
Es bastante usual que uno de los miembros de la pareja deje de lado algún área, sobre todo social. Esto ocasiona un desequilibrio: por un lado, uno se convierte en el responsable de ese ocio y sustrato social del otro, una invasión de ese espacio; y por otro el abandono de una importante red de apoyo. Puede ser motivo de tensiones y desajustes. Por no hablar de esas parejas burbuja que parecen coexistir en otra dimensión a años luz de sus esferas sociales.
Este espacio, con el tiempo se convierte en una conexión especial que tiene sus propias normas, alejadas del qué dirán y de la influencia social limitante. La pareja se convierte en fuente de estímulos y refuerzos en sí misma. Por ello es importante dedicarle su tiempo y esfuerzo, para que las aguas fluyan limpias.
El resultado de la suma de los dos, ha de ser una realidad que contemple el yo dentro del nosotros, 1+1=11. Dos que siguen siendo ellos mismos y además son algo más. Muy importante este «y».
4.- Intimidad. Este punto hace referencia a la calidad de este espacio. Tiene que ver con la capacidad de compartirse, ser capaces de dejar entrar al otro dejando el escudo y el hacha fuera, sin mecanismos defensivos. Dejarnos ver y que nos vean, escuchar y que nos escuchen, sentir y que nos sientan.
Cada uno tenemos un modo de expresar nuestra intimidad, también unos límites que son privados. No se trata de que no haya secretos, sí de que la sensación de comunicación íntima, de aquellas cosas que son importantes para nosotros, fluya de una forma acompasada. Recíproca.
Algunas parejas tienen conflictos aquí, ya sea por un hermetismo extremo o por un caudal íntimo demasiado intenso. De ahí la sensación de convivir con un extraño después de varios años o el no filtrar y generar tensiones internas por un torrente demasiado emocional ante cualquier situación. Ambos son síntomas de una inteligencia emocional que se puede trabajar bastante más.
Cuando no se alcanza un grado de intimidad profundo, podemos caer en una relación superficial que, aunque es posible que se mantenga en el tiempo, antes o después podrá quedarse insulsa y resaltar tentaciones en forma de pensamientos o conductas que pueden poner fin a la relación.
Por supuesto, la intimidad incluye el sexo, un contacto íntimo que va más allá de lo corporal y su vivencia funciona con un indicador más de la salud de una pareja.
5.- Valores compatibles. La importancia de conocerse. La psicología y el desarrollo personal también tienen su función más allá del déficit. Saber quiénes somos es un proceso que dura toda una vida, pero sí que es posible que sepamos cuáles son los valores que nos mueven (de verdad, no los que decimos con una caña).
Al crear un espacio común y llegar a una comunicación íntima, expresamos una serie de creencias de cómo es y cómo queremos que sea nuestra realidad. No sólo el qué decimos sino el cómo y el para qué.
Un síntoma de las parejas que funcionan es que ciertos conceptos clave, como «amor», «familia», «futuro»… parecen significar lo mismo. Quiero decir que el significado y los matices que cada uno tenemos de conceptos abstractos y vivenciales suelen ser más sentidos que lo que dice el diccionario. Una pareja que funciona es capaz de dar un significado y un ritmo propio a su relación, por encima de pautas sociales o presiones de diferentes grupos.
El tener un sistema de valores compatible, no necesariamente el mismo, hace que los engranajes de la relación estén bien engrasados. Facilita el centrarse en lo importante más que en conductas puntuales, con la posibilidad de cambiar estas en una negociación profunda, en la que el criterio para saber si una solución buena o mala es saber si trabaja sobre un valor o no. Esto muchas veces se hace de un modo inconsciente.
Una señal de una conexión en valores en las primeras etapas es la sensación de que conoces a alguien como de toda la vida. Y es que el fondo, es casi como estar con uno mismo.
6.- Proyecto común. De cara a una relación que se mantenga en el tiempo, este punto es muy importante. Tanto que a partir de cierta edad, puede ser lo que la propicie por encima de cualquier otro factor de índole más «romántica». Puede ser tener hijos. O tener un compañero para compartir la vida. Es el lado práctico que conecta con el para qué vital de cada uno.
Son las expectativas que ponemos en juego para saber si merece la pena o no emplear nuestro tiempo, arriesgarse o seguir buscando.
Un proyecto común, que incluya varios objetivos compartidos, es el hilo conductor de una relación duradera. La capacidad de ajustarse a los diferentes vaivenes y circunstancias, el poder generar situaciones de avance, introducir novedades que supongan retos y den pie a dos emociones fundamentales: la alegría aderezada con cierto grado de sorpresa.
Una pareja sólida puede conseguir más que un individuo en solitario, ser más resistente, contar con más posibilidades y obtener mayores recompensas tangibles o intangibles.
El reto es plantearlo de manera que el reto no suponga a que tener que renunciar a un proyecto propio. Esto, a la larga, puede ser motivo de conflicto al sentir que nos hemos dejado algo importante por el camino.
7.- Complicidad. Es ese nivel de comunicación superior, es no tener que justificarse, es saber qué hacer, decir y no decir… Es un fluir natural, un signo de que las cosas funcionan y no hace falta plantearse por qué. Se sabe sin más. Para mí, es uno de los ingredientes fundamentales.
Un sumatorio de los puntos anteriores que incluye las tres necesidades básicas del ser humano: seguridad, amor y libertad.