Ya anticipo que quien haya llegado a aquí buscando fotos y andanzas de Ryan Gosling o Hugh Jackman va un tanto desencaminado. Tampoco hay claves para convertirse en un sex symbol o ligar hasta hartarse. Este post no va de eso.
En realidad este post comenzó a gestarse unos nueve meses antes, cuando un par de personas especiales para mí decidieron apostar por obrar ese placentero milagro que es la vida, y darle un nombre propio: Eva.
Queridxs amigxs, ¡soy tío! De una sobrina que decidió ser cómplice de este blog al hacer su aparición estelar en Madrid, un magnífico viernes 13. Y no trajo un pan bajo el brazo, pero sí muchas alegrías y unas algunas reflexiones.
Para empezar, no me había dado cuenta de la cantidad de veces que se puede decir la muletilla «tío» en un contexto personal o profesional.
Al margen de esas inquietudes que nos suelen aguijonear, tipo «mi hermano tiene un hijo y yo no», como psicólogo ésta es una de esas situaciones vitales que añade nuevos significados a las palabras que manejamos. Y no sólo es cuestión de semántica sino que, en mi caso, un nuevo rol hace acto de presencia en mi cotidianidad. Vivimos una realidad sistémica y nuestras decisiones no nos afectan sólo a nosotros. Hay veces que vamos activamente hacia algo, otras algo llama a nuestra puerta. Como dice un amigo, hay veces que tú eliges al niño, hay veces que el niño te elige a ti.
Lo primero que hay que hacer en estos casos es decidir si aceptamos el nuevo rol o no. A veces lo damos por hecho y asumimos que tiene que ser así porque lo dicen los cánones, la norma social. El peligro de esto que es no asumimos la decisión, sino que delegamos en nuestro entorno. Por ejemplo, parece que fue mi hermano quien tomó la decisión de hacerme tío, sin embargo en realidad soy yo quien le da significado a la palabra «tío». Si realmente elijo el rol de «tío» como parte de mi identidad personal, con lo que ello implica para mí.
Al pararnos a reflexionar, anticipamos y asumimos nuestra responsabilidad, en el grado que queremos y podemos. Elegimos. Y el proceso de elegir también nos hace ser conscientes de las alternativas y las consecuencias. Es un acto de expresión de nuestra libertad. También de nuestro compromiso. De esta forma damos valor a nuestra palabra.
A estas alturas estoy feliz y contento con este nuevo rol, al que he dicho un muy sonoro e interno sí. He decidido que no voy a ser un tío cualquiera, he decidido ser un tío bueno.
Quiero que Eva disponga del mayor número de opciones para ser lo que quiera ser. Quererla y que sienta querida. Ella es única, especial y protagonista… como todxs y cada uno de nosotrxs
Llevo unos días dándole vueltas al tema de cuál va a ser mi regalo. Como te puedes imaginar, Eva ya tiene toda clase de cachibaches a su disposición, además de unos conjuntitos monísimos tejidos por las expertas manos de mi abuela. Ayer di con la clave, y aprovechando que la feliz pareja tiene mejores cosas que hacer que leer este blog, me gustaría compartirla.
Para darle la bienvenida a mi sobri y honrar mi palabra, estoy escribiendo la Constitución de lo que para mí es ser un tío bueno, y un montón de cosas que quiero hacer con ella, si ella quiere. Eva y yo compartimos el ser una tabla rasa: ella como sobrina, yo como tío bueno. Así que también incluyo una hoja en blanco para que pueda hacer sus propias aportaciones en un futuro. Por supuesto, los padres serán los testaferros y testigos de la misma y sabrán lo que pueden pedirme sin ningún problema. No hay prisa, ya la leerá a su debido tiempo. Lo importante es cómo yo actúe en ese tiempo.
¿Qué te parece? A mí un excelente ejercicio de toma de conciencia y síntesis. Aún más de compromiso. Y un bonito detalle de compartir personal. Válido para padres, madres, tíxs, abuelxs, nietxs, amigxs… y hasta jefes.
Aunque hay quien me dice que no me ganaré el título de tío bueno hasta que no cambie un pañal de los «buenos». No sé, para mí eso será más propio de tío duro… pero ya se andará, y ya te contaré.