Llevamos una temporada de estrenos de secciones y hoy no va a ser menos. Vamos a hacer honor a ese modo de pensamiento que busca la controversia interior activa, esa vena polemista con menos cintura para admitir discrepancias que Coto Matamoros, ese superyo categorizador de extremos.
En mayor o menor medida, todos tenemos tendencia a simplificar nuestra realidad para facilitarnos la toma de decisiones. Bueno o malo. Frío o calor. Sí o no. Hay veces que realmente ayuda y que las opciones son incompatibles. Otras, nos inventamos dicotomías particulares que forman parte del ideario colectivo. Playa o montaña. Perro o gato. Whisky o Ron. Beatles o Rolling.Cola Cao o Nesquick.
Si bien esta modalidad de pensamiento tiene una función adaptativa al reducir opciones para poder elegir con más facilidad, esto mismo se convierte en un problema precisamente porque nos deja sin las mismas sin darnos cuenta. Así, nos ponemos entre la espada y la pared, generando una conflictividad interior que da lugar a un sentimiento como que tenemos dos personalidades enfrentadas, una lucha interna que muchas veces proyectamos en lo que nos rodea. Y de ahí el nombre de la sección: VERSUS.
Para ser consecuentes con el gabinete, vamos a empezar con un clásico de la literatura que es a la vez un clásico en la psicología: El extraño caso del Doctor Jekyll y Mr Hyde, que ilustró con dos décadas de antelación algunos de los planteamientos de Freud, como el desdoblamiento del «ello» y algunos de los peligros a los que está expuesto el «yo». También ha sido un buen escaparate para el trastorno disociativo de la identidad, más conocido como personalidad múltiple y que ha sido retratado en multitud de películas, canciones y obras literarias.
Por fortuna, la frecuencia de este trastorno no es tan frecuente como su presencia en las múltiples películas, canciones y obras literarias en los que ha aparecido de una forma u otra.
Lo que no quita que sea una buena metáfora para dar forma a esas voces interiores, estandartes de apetencias, necesidades y deseos diversos que muchas veces sentimos dentro.
Aviso a navegantes, cuidado que a partir de aquí puede haber spoilers de la obra (aunque manda narices si no lo has leído). Que conste que es uno de esos libros que da gusto leer y explorar por el proceso en sí mismo, más que por llegar a un final sorprendente.
El caso es tenemos dos personajes bien diferenciados. No es casualidad, porque el autor buscaba explorar el conflicto del ser humano entre el bien y el mal. Hay que decir que este conflicto es cultural y propio de la occidental, una herencia judeo-cristiana tanto para católicos como para protestantes varios, agnósticos y ateos. Está entretejido en nuestro sistema de creencias y valores desde que somos pequeñitos.
Por un lado tenemos al bueno. El Doctor Jekyll, un eminente ciudadano de esa rígida y elegante sociedad victoriana. Además, el Doctor tiene una de las profesiones más respetadas de la época y es un dechado de virtudes de cara a la galería.
Por otro lado tenemos a la oscura sombra de sus deseos más prohibidos. Mr Hyde, un ser aborrecible que causa malestar con su mera presencia, difícil de tolerar aún con dinero por delante y al que se le atribuyen toda clase de perversiones y bajos instintos que llegan al asesinato. Según la concepción tradicional él es el malo, más aún después de terminar por usurpar la personalidad del buen doctor, al que acaba ocasionándole la muerte.
Tirando de psicoanálisis, hay similitudes con los planteamientos freudianos y sus derivaciones. Mr Hyde se puede asimilar claramente al ELLO, esa expresión de ciertas pulsiones y deseos, no necesariamente subconscientes.
Hay quien ve al Doctor Jekyll como una manifestación del YO que, en su debilidad, cae en la trampa tan seductora que le ofrecen Hyde y sus desmanes. Para mí ahí está la trampa, pues creo que es una personalidad tan limitante como Hyde. El doctor es la negación de todo impulso que no encaje con la norma social, la represión a toda costa de esos pensamientos «pecaminosos» que opta por disociarse de ellos cuando escapan a su control. Así, es más bien una representación del SUPER YO: de carácter moral y adicta al juicio de pensamientos y acciones, fruto de la interiorización de las reglas sociales y familiares.
Y entonces, ¿dónde queda el YO en la novela? En Henry Jekyll, sin más etiquetas y sin la necesidad del Doctor.
Stevenson puso el foco en cierto momento de la historia. Si rebobináramos, probablemente nos encontraríamos a un pequeño Henry siendo aleccionado por su padre o alguna institutriz que le instruirían acerca de los buenos usos y lo que se esperaba de él. La conducta de un caballero, los modales de un hombre de bien, la forma de pensar y de actuar de un ejemplo para la comunidad.
Henry interiorizaría esto en su casa, en su casa. Más adelante en la universidad. Siguiendo la teoría de los juegos de Eric Berne, crearía al personaje del Doctor. Se vería reforzado por todos sus círculos sociales, gracias a este juego se convierte en un respetado e influyente miembro de la comunidad y alcanza el título que le da nombre.
Como en todos los juegos, hay algo que se gana y algo que se pierde. El Doctor ha perdido esos pequeños placeres de los que muchos disfrutan. Ha reprimido en gran medida su espontaneidad, el permitirse fallar, cometer algún desliz. La máscara de perfección del Doctor reprime muchos pensamientos y deseos que causan placer y diversión. Aferrado a ese juego sin jugar otros, el Doctor se convierte en limitante, entierra esos impulsos bajo la alfombra del subconsciente… donde, sin control alguno, crecen y se retuercen sin filtro.
Y aquí es donde se crea otro juego: Mr Hyde. Que llama a la puerta de Henry para ofrecerle los beneficios de un placer ilimitado. Claro que el que abre no es otro que el buen Doctor. Al principio, éste le cierra la puerta en las narices una y otra vez. Pero Hyde es insistente, tampoco tiene otra cosa que hacer. Y además cada vez se hace más fuerte. El Doctor lo sabe, es muy inteligente.
Entonces por fin le abre la puerta y le invita a pasar (al sótano, eso sí) para hablar. El Doctor y Hyde llegan a un acuerdo: Mr Hyde podría tener a Henry de vez en cuando, pero el Doctor no quiere tener nada que ver con ello. Ojos que no ven corazón que no siente. Al fin y al cabo ser bueno es que los demás te perciban y te reconozcan como bueno. Asegurarte de que no te pillen haciendo algo malo. Y si no me entero, no soy responsable.
Y entonces empieza el cambalache. Por el día uno, por la noche otro. Al principio la cosa va divinamente. Los pesos de la balanza empiezan a cambiar, hay un breve estado de equilibrio. Pero claro, el término medio no está en la esencia de ninguno de los dos personajes. Henry es un testigo mudo del efecto rebote. Tras tantos años de represión, ese desconocido en el que se han convertido sus deseos quiere más y más. Henry no sabe cómo pararlo. El Doctor recurre a sus pócimas, a su palabra de caballero. Como Hyde no cree en ninguna de esas cosas, y aunque está dispuesto a cumplir su acuerdo y a escuchar las voces que le incitan a detenerse, las pócimas cada vez le hacen menos efecto.
El Doctor pierde el control y Hyde quiere parar pero tampoco sabe la manera de hacerlo. El fin de existencias de cierto componente de las pociones pone un abrupto fin al juego y con él desaparecen Hyde y el Doctor, dejando a Henry a solas con lo que se ha convertido: un YO casi destruido y tan débil que se ve incapaz de sobrellevar los estropicios del Hyde descontrolado y pone fin a su existencia. Es una muestra de cómo la lucha interna puede suponer la destrucción de nuestros auténtico YO, de nuestro ser, convirtiéndonos en un personaje o en una sombra perversa de nuestros anhelos.
Esta metáfora tan brillante, nos muestra una realidad que muchos vivimos interiormente. Esa convivencia de impulsos y pensamientos que pueden convertirse en una lucha si no los escuchamos y actuamos adecuadamente para transformarlos. Estar atentos a ellos, saber lo que es nuestro y lo que son introyecciones, utilizar nuestra inteligencia emocional para terminar con un tira y afloja que puede acabar con la victoria de una parte sobre otra, en la que como podemos ver, los que perdemos somos nosotros mismos.
Mr Hyde, nuestros deseos y pensamientos «prohibidos», no es malo por naturaleza. Como tampoco es bueno por naturaleza mostrar un comportamiento que siempre se adapte a lo que se espera de nosotros moralmente hablando. Por eso es importante tomar consciencia y reflexionar, porque sólo puedo gestionar aquello de lo que soy consciente. Porque aquello de lo que no soy consciente me controla a mí.
Y tú, ¿eres más Doctor o Hyde? ¿Te suena familiar algo de esto? ¿Qué tal llevas el término medio?