Me encantan las pequeñas historias que dejan poso. Este finde de aprendizaje bidireccional y aún atónito por la brutalidad en Boston, unido al día a día de lo que ocurre en Oriente Medio y otras tantas partes del mundo, me hace reflexionar acerca de la naturaleza del ser humano.
A este respecto, mi amigo Víctor volvió a contar una anécdota curiosa. Un día iba en el coche con su mujer y los niños. En uno de esos instantes de paz en el que los pequeños se durmieron, se tomaron unos minutos de respiro para compartir el silencio y dejarse llevar por el horizonte, con las manos en el volante.
Circulaban por un paisaje campestre: cultivos, pastos de ganado, alguna casita aquí y allá… Y vacas. Después de un momento de contemplación bovina, su mujer hizo un alto en el silencio para expresar una de esas verdades rumiantes a primera vista, «qué aburrido es ser vaca». Víctor retuvo el inmediato sí para encontrarse con un no. Un no que venía a decir que ser una vaca es maravilloso para una vaca. Para una vaca no es aburrido ser una vaca. Una vaca no se pregunta acerca de lo que sería ser una cosa u otra. Sencillamente es una vaca, con todo lo que significa en la plenitud de sus pastos. Vive su naturaleza en profundidad. Y ningún juicio humano puedo cambiar eso.
Y cuando nos la aplicamos esta aparente sencillez es complicada. Porque, ¿cuál es la naturaleza del ser humano? Me encantaría tener una respuesta. Atisbamos lo que es ser una vaca, un perro, un león. un tiburón… Humanizamos sus cualidades y a menudo nos las atribuimos según la ocasión para definirnos. Nos relajamos sabiéndonos con una teórica capacidad cognitiva superior a otros animales de la creación. Sea lo que sea esto.
Muchos filósofos y científicos se han preguntado acerca de nuestra esencia. En psicología, el coaching y la inteligencia emocional, distinguimos lo que es el ser de una persona de sus miedos, enfados y comportamientos, en general, mal gestionados. Que alejan a la persona de su verdadero potencial «ecológicamente» responsable. Hay aquí una presuposición de base en la que se reconoce el carácter positivo del ser humano. Aceptando sus luces y sus sombras, pero además aceptando nuestra responsabilidad para crear la realidad que queremos vivir. En la propia identidad participan tanto lo que somos como lo que queremos ser.
Podemos aceptar esto desde una postura neutra, que nos exime de la acción, o mojándonos de verdad por una de las caras de nuestra moneda. Tenemos el potencial de alcanzar la estrellas, pero nos conformamos con sobrevivir a las leyes que nosotros mismos hemos creado, en principio para protegernos de nosotros mismos.
No me valen argumentos en torno a «el mundo es así». El mundo gira y nosotros nacemos, respiramos, nos alimentamos, dormimos… el resto lo hemos creado y contribuimos a mantenerlo así. Cada uno con su grado de poder y responsabilidad. Pero sin duda somos la especie que más libertad de acción disfruta y es una lástima ver cómo nos limitamos día a día, encorsetados por unas normas que nosotros mismos hemos creado y que cada vez siento más desnaturalizadas. ¿Será necesaria una invasión zombie para que despertemos?
Para mí, nuestro siguiente salto evolutivo irá más allá de lo meramente físico. Creo que será más a nivel cognitivo y cultural. Cuando seamos conscientes de cuál es la naturaleza del ser humano y la aceptemos, pasaremos a ser otra especie. Soñando en voz alta, me gustaría pensar que será un salto evolutivo que nos permitirá pensar, actuar y sentir más allá de odios que mutilan, leyes que esclavizan o industrias que destruyen.
En este aspecto, sí. Me gustaría ser como una vaca, vivir mi naturaleza en profundidad. En ello estamos.
Y tú, ¿cuál crees que es la auténtica naturaleza del ser humano?