Después de 50 clientes personales y ya sobrepasando ampliamente la centena en formaciones diversas, es bueno dedicar un tiempo a echar un vistazo a las bitácoras de seguimiento para extraer conclusiones. Lo que funciona y lo que no funciona tanto.
Un dato me ha llamado especialmente la atención. Alrededor de un 70% de mis clientes vienen para mejorar su situación en el trabajo. Me llamó la atención un cliente que tildó a su jefe de ser Tywin Lannister. El área laboral sigue siendo el principal foco de atención para muchos a pesar del leve repunte de los datos del PARO. Hoy leía en un artículo que el 78% de los que siguen a una marca en redes sociales lo hacen para estar al tanto de ofertas de trabajo.
Como psicólogo, yo no me muevo en el ámbito asistencial clásico, hago más énfasis la mejora que en el déficit, por mucho que me refiera en gran medida a las mismas situaciones: ansiedad, depresiones, inteligencia emocional… El caso es que el trabajo a menudo da ese empujoncito extra para contar con la ayuda de un profesional que no dan otras áreas, como la personal en sí misma o la de pareja, por ejemplo. Parece que si fuera por nosotros mismos o por la relación con los demás, podemos pasar. Pero tal y como están las cosas sí invertimos para tratar de alcanzar ese puntito de gozo y seguridad en lo laboral.
Aunque, otra estadística curiosa, una vez metidos en harina aproximadamente el 80% de los objetivos de los diversos procesos tratan el tema profesional tangencialmente o como parte del camino, no la solución final. Hay otros temas, como el clásico de afrontar el tabú de la muerte.
Y no es que estemos involucionando hacia el homo faber de Marx, es que destinamos nuestra atención y recursos limitados a aquello que nos preocupa especialmente. Y de entre todo el maremagnum de nuestro entorno profesional, hay una figura que suele tener un protagonismo ritual, enarbolando el estandarte de nuestros desvelos: el jefe. O la jefa claro, según el caso.
Sí, en el podium del puchero laboral también están ciertos compañeros y algún que otro directivo, pero no hay quien desbanque a nuestro superior, en este caso con un parecido más que razonable a Tywin Lannister. En las primeras fases de ciertos procesos, de estos que parecen laborales pero no, es muy común que aparezca su alargada sombra a través de comentarios de determinadas situaciones conflictivas. Puede ser bastante útil, más allá del desahogo, para identificar aspectos importantes no del jefe, sino de nosotros mismos.
Por muy razonables que sean las reivindicaciones de cada uno, el jefe está fuera del alcance de un proceso personal. Así que es bueno recoger todas las aseveraciones, sentimientos y comportamientos que nos provoquen ciertas situaciones y pasarlas por el filtro de la ley del espejo. Que viene a decir que percibimos en los demás aquello que nos gusta o, más usual en este caso, lo que no nos hace ni pizca de gracia de nosotros mismos. Es decir, si creo que mi jefe tiene rasgos parecidos a Tywin Lannister, será bueno que me pregunte qué hay de Tywin en mí.
La ley del espejo hace referencia a una proyección psicológica, un mecanismo de defensa que se activa en situaciones que nos generan conflicto emocional o cuando sentimos una amenaza interna o externa. Proyectamos en los demás aquello que no estamos preparados para asumir. Es la forma que tiene nuestro subconsciente de saltarse el férreo control de la mente racional, capaz de ver la brizna de hierba en el ojo ajeno, pero no la viga en el propio.
Ya decía Confucio «Cuando veas a un hombre bueno, trata de imitarlo. Cuando veas a un hombre malo, examínate a ti mismo». Y no es que no haya hombres, o jefes, malos. Sino que es más práctico y honesto empezar a ver qué hay del otro en nosotros, entrenar nuestra inteligencia emocional. Muchas veces jugamos a los adivinos al creer saber las intenciones y los motivos que llevan a la otra persona a hacer lo que hace.
No nos percatamos de nuestra parte del reflejo. Puedo enfadarme porque creo que el jefe ha pervertido una profesión, hacerle responsable de que yo sea tan cómplice como él de ello. También puedo despreciarle porque se ha quedado a medio camino y no ha llegado a donde podía llegar. Al igual que yo lo pienso cuando no consigo dormir por las noches. Culpamos al otro de lo que nos sucede, lo cual nos acaba dejando indefensos y sin alternativas.
No vemos al mundo tal como es, sino tal como somos.
En el caso del jefe, afirmar que no confía en nosotros, que nos tiene especial inquina por algo, que es un trepa sin corazón, alguien que va dando bandazos, un incapaz a la hora de asumir responsabilidades… Son pensamientos enjuiciadores que suelen ser más un reflejo de miedos propios o actitudes nuestras que están sin comprobar. Además, muchas veces nada tienen que ver con lo laboral. Es frecuente que algo de esto tenga su eco en otras áreas que consideramos más controladas, por eso al final el objetivo del proceso acaba transformándose a través de la mejora en otros aspectos de nuestra vida.
Saltarnos esa mente racionalizadora a la que le basta tener razón y nos incita quedarnos como estamos, a quejarnos y a ver lo peor de nosotros en los demás sin siquiera darnos cuenta de ello. Poner más el foco en nosotros y menos en los demás es un buen punto de partida para utilizar a nuestro favor esta ley del espejo.
Esto nos dará una mejor comprensión de lo que nos pasa y más poder personal para poder cambiarlo, empezando por nosotros mismos. También nos ayudará a convertir estos juicios en hipótesis de trabajo que han de ser corroboradas o no, siempre en función de unos objetivos.
Con esta perspectiva, muchos clientes han conseguido mejorar su relación con su superior al transformar estas creencias limitantes y crear un espacio de entendimiento común. Hay que tener en cuenta algo que muchas veces se nos olvida. Que el jefe también es una persona y que está sometido a las mismas emociones que nosotros. Al entrenar nuestra inteligencia emocional, seremos más capaces de gestionar nuestras emociones y detectar las de los demás para poder ofrecer soluciones más que problemas.
A través de la asertividad podremos dialogar para expresar cómo nos sentimos lo que queremos y poder lograr el reconocimiento, la responsabilidad o la subida de sueldo que creemos merecer. Dar la posibilidad a que las cosas sean de otra forma. La inteligencia emocional es una competencia cada vez más demandada por recursos humanos en los puestos intermedios y directivos.
En aquellos casos en los que el jefe ejerce de líder autoritario, por lo menos tendremos un conocimiento más auténtico y profundo de las reglas de juego para decidir cómo jugamos y hasta dónde estamos dispuestos a llegar. Una vez que asumimos que el jefe en todo caso nada más tiene poder en la oficina, podremos utilizar nuestro tiempo para, ahora sí, cambiar de entorno laboral con todas nuestras energías.
¿Qué es lo que más te ha molestado de un jefe? ¿Y lo que más te gustó? También hay reflejo en lo positivo claro 😉