Hay miradas que matan, otras que conquistan y hasta que te convierten en piedra si te descuidas. Ya se ha escrito mucho acerca de esto, pero soy de los que gustan experimentar la realidad de ciertos tópicos. El otro día leí un artículo muy interesante que trataba tangencialmente de esto.
Hoy voy a traer a Caminantes una de esas miradas que es capaz de concentrar y transmitir toda una historia en apenas unos segundos. En este caso, la experiencia de una bonita historia de amor. Con un final bastante distinto al de una película hollywoodiense, lo cual hace que sea una belleza muy real.
Es la historia de Marina y Ulay, dos artistas que cayeron presa del amor a primera vista en Amsterdam, allá por el año 1976. Después de unos años de compartir vidas y vivencias, sintieron que su relación estaba llegando a su fin. Y, en una muestra de la autenticidad de estos dos artistas, decidieron celebrar este fin con una performance: cada uno saldría de uno de los extremos de la Muralla China para encontrarse en el camino, darse un abrazo y decirse adiós para siempre jamás.
Personalmente y como psicólogo, me encanta la madurez de ser capaces de darle este brillo a un momento tan complicado de la relación, cuando normalmente nos tiramos las cosas a la cabeza, adoptamos una falsa indiferencia o nos limitamos a sustituir A por B. Esta acción es un ritual estupendo que invita a cerrar un proceso de duelo desde la aceptación, honrar la relación hasta el final y el tiempo que hemos pasado con nuestra ya expareja. Un canto a la inteligencia emocional.
Pero la cosa no acaba aquí. Como en toda historia de amor, hay un reencuentro. Y nada menos que 23 años después, en el MOMA, donde Marina está llevando a cabo su performance «El artista está presente». Se trata de sentarse frente a frente a los asistentes al museo, en silencio durante un minuto, de uno en uno y por turnos. Y adivina quién aparece… ¿Te imaginas que cierras los ojos y te encuentras frente a la mirada del amor de tu vida, 23 años después?
Si eres de los impacientes, a partir del 1:10:
¿Qué te parece? ¿Te ha recordado algo o a alguien? ¿Cuáles son las emociones que sientes ahora mismo? Tus pensamientos, ¿van al pasado, al presente o al futuro?
Yo lo he visto unas seis veces entre unas cosas y otras, y en todas parece repetirse un conglomerado de tristeza, alegría, melancolía, orgullo por haber sido capaz de sentir un amor así, felicidad por la valentía de esa pareja, sintonía con ellos, admiración… y más cosas entre indefinidas y otras que me guardo para mí. Además una buena reflexión, en el sentido que a veces reclamamos más protagonismo del que están dispuesto a concedernos, y lo que cuesta aceptar esto. El gesto de volver a juntar sus manos y después irse sin mirar atrás, me parece una metáfora exquisita. Vivir el momento sin esperar más de lo que hay, la expresión del aquí y ahora. Un gran ejercicio de auto coaching visual.
Pararse a mirar a los ojos a una persona genera un alto grado de intimidad, no hay escape posible. La intención no es aguantar ni practicar tu cara de póquer. El objetivo es ver y dejarte ver. Transmitir, comunicar. Además de ver, los ojos sirven para escuchar y sentir. Detrás de una mirada profunda hay una toda una saga de sentimientos y vivencias con un fondo común.
Haz la prueba con tu pareja, tus amigos, con algún compañero de trabajo, incluso con tu jefe. Dos sillas frente a frente, con música, en silencio, a solas o con gente. Y no un minuto, sino cinco. Ponte un aviso en el móvil y no apartes tu vista del otro. Toma consciencia de lo que te transmite el otro, toma consciencia de tus propios sentimientos. Así serás capaz de ir más allá de las máscaras de los demás a la vez que dejas atrás las tuyas propias. Entrena tu mirada y tu capacidad de generar intimidad. Experimenta y da la bienvenida a la sorpresa.
Y, si quieres compartir tus conclusiones, por aquí estaremos encantados 😉
Pd, puedes encontrar la fuente original del artículo, donde hay información de los protagonistas, aquí.